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La Monarquía es un rollo, hay que reconocerlo.
Una sucesión hereditaria en un cargo vitalicio al que sólo puede aspirar un descendiente, por razón de sangre y además varón, encima es un rollo machista, oiga.
Eso a la fuerza debe ser malo, ¿no?, no sé, como una enfermedad o un mal hábito que, por tan infausto motivo, hay que desterrar de nuestra sociedad, de nuestro planeta y del universo, ya puestos.
Y no será porque el ala progresista de nuestra avanzada sociedad no nos deja pistas por doquier de cómo puede revertirse esta pérfida forma de jefatura estatal, con el continuo llamamiento al ejemplo de países y sociedades más inteligentes y avanzadas que la nuestra, aunque sólo sea porque sus formas de gobierno no son una sucesión sanguínea sin el menor atisbo meritocrático y un ejemplo de aplicación de los sacrosantos principios de igualdad, mérito, capacidad y -añado- sexualidad.
Los países comunistas, por ejemplo.
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