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La libertad de expresión, como todos los derechos fundamentales no es un derecho absoluto, es algo que cabe recordar porque, aunque parezca obvio y por mucho que a veces se nos llene la boca con el adjetivo —fundamental—en ningún caso puede entenderse como una facultad de libre e incondicional disposición por nuestra parte.
Antes al contrario, incluso aquellos que, a priori, pudieran parecer más absolutos como el derecho a la vida, no lo son, por cuanto nadie puede disponer de la vida de otro, como es natural.
En general, cualquier derecho tiene su límite en la colisión con el resto, de tal manera que su ejercicio será lícito y cabal en tanto en cuanto no se contraponga a algún otro, más aún si su práctica colisiona frontalmente con aquél.
Puede parecer evidente, pero, a la vista de los acontecimientos recientes que afectan a la libertad de expresión y de cómo sectores interesados de la sociedad los están interpretando, parece ser que no lo es tanto.