Aunque no existe unanimidad doctrinal en torno a lo que se considera un Estado fallido, podemos partir unos presupuestos básicos en base a los cuales atisbamos si un Estado lo es o se encuentra en riesgo cierto de serlo.
El fallo en la garantía de los servicios básicos es uno de los primeros y más claros síntomas, pero claro, ese fallo no aparece por sí solo, sino que suele venir de la mano de otras evidencias: el fracaso político, que a su vez dimana del fracaso económico. Ya se sabe, lo que no son cuentas, son cuentos y aquí las desgracias nunca vienen solas, más bien en cadena.
El caso de Grecia es paradigmático. El incipiente fallo social, sólo mitigado en parte y de manera perentoria por las inyecciones económicas de la UE y demás organismos en forma de rescate (crédito) es cuestión de tiempo. Recortes en prestaciones públicas, subsidios y salarios no solo son medidas a las puertas, son un hecho consumado.