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coche eléctrico

Que el coche eléctrico pretende ser la pieza fundamental de la movilidad del futuro es algo que, a estas alturas, ya nadie duda. Gobiernos y empresas llevan años tratando de concienciarnos de que el planeta, por escasez de recursos y por daños al medio ambiente, no aguanta el modelo de vehículo basado en motores de combustión.

Es un objetivo al que irremediablemente nos dirigimos poco a poco, estableciendo plazos y reduciendo cada vez más las posibilidades de aquellos vehículos que más contaminan.

Todo por el bien del planeta, aunque también hay malas noticias y mucho me temo que el cambio del motor térmico al eléctrico no va suceder de la manera idílica e indolora que nos están presentando ya que varios problemas se ciernen sobre esta transición que van a suponer no pocos quebraderos de cabeza, entre los cuales yo he identificado al menos seis.

  1. LOS TIEMPOS DE CARGA.

Los coches eléctricos tienen unos tiempos de carga que oscilan entre las 2-3 horas en la llamada carga rápida y 11-12 horas en la lenta, dependiendo de las características del cableado, intensidad de tensión disponible, etc., así que podemos ir olvidándonos de entrar en una gasolinera y salir diez minutos después con el depósito lleno y dispuesto a hacer kilómetros. Pasaremos del úsalo cuando quieras al úsalo de día, cárgalo de noche.

  1. EL NÚMERO DE ELECTROLINERAS:

Según datos de ANFAC (Asociación Nacional de Fabricantes de Automóviles y Camiones), para dar servicio sólo a la mitad del parque automovilístico español (unos 12 millones de vehículos de un total de 24 millones) serían necesarias unos 5 millones de puntos de recarga, por lo que, si se quieren cumplir las previsiones del Gobierno, supone la instalación de unos 42.000 puntos mensuales.

De enero a septiembre de 2022 sólo pudieron instalarse unos 16.500 puntos, lo cual da una idea del retraso sustancial que llevamos.

Además, el ritmo entre la venta de coches eléctricos e instalación de puntos de carga es muy desigual lo que supone que, si en 2022 sólo se habían alcanzado el 10% de los objetivos, para 2025 este porcentaje se habrá visto reducido al 3% y en 2030 (cinco años antes de que la prohibición de vender vehículos de combustión) este porcentaje se habrá reducido a un ridículo 1%. La pregunta evidente es, ¿dónde vamos a cargar nuestros coches?

  1. LA CONFIGURACIÓN DE LAS CIUDADES ESPAÑOLAS

El español medio vive en un bloque de viviendas rodeado a su vez de otros similares. Nada que ver con las ciudades promedio en Estados Unidos, donde la casa con terreno marca la desde hace años la tendencia en soluciones habitacionales por lo que, en el contexto español, la carga del vehículo eléctrico supone un problema añadido.

¿Dónde cargaremos tanto coche? ¿En los parkings, en la calle, en lugares específicos para ello? Sea como fuere, ello requiere el desarrollo de una ingente obra civil para la que muchos Planes Generales de Ordenación Urbana ni siquiera están desarrollados.

  1. ADECUACION NORMATIVA.

Ya que hablamos de normativa, conviene detenerse también en la revolución legal que supondrá la Inspección Técnica de estos vehículos y sus componentes, fundamentalmente sus baterías, dada la manía que parecen tener las baterías a incendiarse cuando menos conviene.  No estamos hablando de la batería de un iPhone. La de un mamotreto de más de 1.000 Kg. necesita un control y mantenimiento periódicos que dista mucho de lo que pueda hacer un manitas en su casa con una batería comprada en Aliexpress si queremos que la cosa discurra con los mínimos estándares de seguridad necesarios.

  1. EL PRECIO.

La escasez de baterías (que esa es otra…) conlleva que que el precio de un vehículo eléctrico funcional (que pueda llevar a una familia de unos cuatro miembros digamos a la playa) oscile entre los 25.000 y los 50.000 euros.

En un contexto económico como el español, con un nutrido grupo de mileuristas y gente joven con pocos ingresos como parte nuclear de la sociedad, pensar en comprarse un coche eléctrico se antojará, para muchos, tarea imposible. Por ahora y en el medio plazo son demasiado caros.

  1. LA DEMANDA.

Volvamos a hablar de esos jóvenes.

Sí, tienen pocos ingresos, ya lo hemos dicho, pero quizá el motivo principal para no querer comprarse un vehículo eléctrico no sea el puramente económico.

Estamos hablando de una generación que tiene que llevar adelante el peso de este cambio de modelo pero que han crecido en un contexto social en el que la movilidad se presenta de muchas maneras y no precisamente en coche.

Han crecido moviéndose en bici, patinete (eléctrico o no), transporte público y viendo, a medida que se van incorporando al mercado laboral, que trasladarse a su lugar de trabajo en coche, a menudo supone un costoso calvario de colas, retenciones, esperas y plegarias para encontrar un lugar dónde aparcar que les acaba suponiendo un rechazo al estándar tradicional de movilidad casa-coche-trabajo al que no están dispuestos a unirse.

Dado que, como digo, son la generación inmersa en este cambio, si no demandan coches, invariablemente las ventas bajan y, para un mercado como el automovilístico, que no atraviesa precisamente sus horas más brillantes, esta escasez de la demanda esperada puede suponer el inicio de una espiral económica de nefastas consecuencias.

La conclusión de esta pequeña y poco halagüeña reflexión es que nos están vendiendo una moto (eléctrica, sí, pero una moto) a modo de futuro de movilidad eléctrica que no lo será si no somos capaces de hacerla efectiva.

Porque a nadie le apetece tener un vehículo que le cueste un ojo de la cara, que esté más tiempo en carga que en circulación, que no tenga claro dónde va cargar, que quizá ni necesite y que, al final de todo, no esté disponible cuando le haga falta.

Foto: Creación propia a partir de parámetros aportados a la herramienta de inteligencia artificial DALL-E de Open-AI

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