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Miedo

Dicen que la música amansa a las fieras, y puede ser cierto, pero no hay nada como el miedo para apaciguar a las bestias de dos y cuatro patas.

Lo llevamos viendo desde 2019 cuando un virus obstinado y asesino como no se recuerda se instaló en nuestras vidas sembrando y el desasosiego a base de matar de manera pertinaz y despiadada sin que pudiéramos hacer mucho más que escondernos y encomendarnos cada cual a su dios particular para evitarlo.

Los poderes públicos tomaron nota de ello y debieron pensar que se encontraban ante un momento excepcional para poner en práctica de manera expansiva algo que saben desde tiempo inmemorial, que el miedo convierte a quien lo inflige en un león y a quién lo sufre en un ratón. Vamos, que era ahora o nunca.

Los medios de comunicación, colaborador necesario en este asunto, entraron rápidamente al trapo bien por interés (económico) o bien por comodidad, amenizando nuestras mañanas, sobremesas, tardes y noches con una cantinela machacona cuyo trasfondo era siempre el mismo, instaurar de manera más o menos consciente un tácito estado de alarma (léase en su más amplio sentido) que nos mantuviera, contritos y mohínos, en un desasosiego permanente, despojados de las ganas y el humor de revelarnos contra él.

Me atrevería a aventurar que así ha sido siempre, pero de lo que no tengo duda es que así ha sido desde entonces. A las noticias coyunturales de la pandemia, el volcán de La Palma y la actual invasión de Ucrania, hay que añadir sus infinitos efectos colaterales basados en los defectos estructurales del sistema: crisis energética, subida de precios, escalada del PIB, la sequía, los niveles de paro y así un etcétera tan largo como los casos de corrupción, que se dejan guardados en un cajón para usarlo convenientemente cuando el resto escasee.

Es ese miedo al contagio, al desabastecimiento y a la distopía de un hipotético futuro en general el que nos mantiene como pollos mantúos sin abrir la boca ni levantar la voz contra quienes, más que amenazarnos a diario con las penas del infierno, deberían ocuparse y preocuparse en cómo sacarnos de todos esos atolladeros en los que andamos metidos en buena medida por su culpa.

El miedo lo puede todo, de lo que se trata es de que no pueda con todo.

Por la cuenta que nos tiene.

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