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MONARQUIAS COMUNISTAS

La Monarquía es un rollo, hay que reconocerlo.

Una sucesión hereditaria en un cargo vitalicio al que sólo puede aspirar un descendiente, por razón de sangre y además varón, encima es un rollo machista, oiga.

Eso a la fuerza debe ser malo, ¿no?, no sé, como una enfermedad o un mal hábito que, por tan infausto motivo, hay que desterrar de nuestra sociedad, de nuestro planeta y del universo, ya puestos.

Y no será porque el ala progresista de nuestra avanzada sociedad no nos deja pistas por doquier de cómo puede revertirse esta pérfida forma de jefatura estatal, con el continuo llamamiento al ejemplo de países y sociedades más inteligentes y avanzadas que la nuestra, aunque sólo sea porque sus formas de gobierno no son una sucesión sanguínea sin el menor atisbo meritocrático y un ejemplo de aplicación de los sacrosantos principios de igualdad, mérito, capacidad y -añado- sexualidad.

Los países comunistas, por ejemplo.

Ahí no hay Rey que reine ni lacayo que le peine, ahí, a fuerza de lucha del proletariado y mucho cha, cha, cha, han conseguido jefaturas de Estado decentes, es decir, aquellas a las que se opta de manera democrática y cuya sucesión del mismo corte está plenamente garantizada.

No hay miedo de que se nos cuele una dinastía de varones jetas puestos a dedo que acaparen el poder a costa de irse turnando en poltronas que no sueltan ni con agua caliente, no, allí no pasa eso.

En la Cuba de Fidel no ha existido ni existirá nunca una sucesión fraternal que convierta el país (o lo que quede) en una Monarquía Comunista, de la misma manera que en la sacrosanta Corea del Norte es impensable que un gobierno dinástico acabe exterminando a buena parte de la población como mero pasatiempo, al estilo de un Rey Sol. No, eso allí no pasa. Allí hay democracia, ¡que puñetas!

Y no como aquí, en España, o en el Reino Unido, países atrasados, anclados en estructuras extemporáneas que se heredan de padres a hijos y a nietos ad eternum. En los paraísos comunistas la sucesión es democrática, cualquiera que quiera aspirar al trono puede, siempre que cuente con el beneplácito del que manda, del partido, de sus estructuras y lleve sangre comunista de un azul rojizo, claro. En Venezuela, por citar otro país ejemplar, tienen claro que la imagen del puesto a dedo es algo impensable.

Hablamos de países tan adelantados que han sido capaces de dar otra vuelta de tuerca a la democracia hasta el punto de que ya no hace falta votar, se coloca al hijo o al mejor amigo del líder (o del amado líder) y punto. Pero eso no es sucesión hereditaria, ¿eh?, puesto a dedo, sí, pero democráticamente.

Porque los antiguos reyes y emperadores transmitían su poder a su descendencia ya que lo habían recibido de Dios y eso les legitimaba para ello, pero los modernos monarcas comunistas transmiten el poder que el pueblo le otorgó en su día y para eso no hace falta ni votar.

Como intérpretes supremos de la voluntad popular, ellos saben que lo que el pueblo quiere es eso. Punto.

La monarquía es un rollo, que los dioses decidan sobre un mandato está pasado de moda. Es mucho mejor que lo decida un pueblo, aunque no se le haya preguntado nunca.
No es necesario.

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