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El tonto del pueblo_Aparte del Lince Ibérico, nuestro país no es conocido por encontrarse entre aquellos con mayor número de especies en peligro de extinción.

La fauna patria goza de buena salud en lo demográfico gracias a que sabemos cuidar y cultivar como nadie nuestras especies autóctonas, conjugando su evolución sin perder su arraigo en ancestrales tradiciones.

El tonto del pueblo es, a falta de especies mejores, uno de los máximos exponentes de esta evolución sin pérdida de la esencia.
Hablamos de un individuo, antaño falto de entendederas, que hoy, gracias a su constante exposición a determinados medios de comunicación, ha prosperado a la categoría de “Filosofo de Tasca” con sorprendente soltura y rapidez y sin que se le note demasiado su principal característica. Es un bocazas.

 

Nos encontramos ante un tipo (o tipa) cuya principal arma de debate es el grito, el insulto y el acoso amedrentante –jalonado de ruidosas carcajadas – con los que logra imponerse, a adversarios más prudentes en lo dialéctico y preparados en lo intelectual.

Carece de los conocimientos mínimos para argumentar una conversación razonable, pero domina de manera tan brillante como grotesca, las argucias mencionadas, que despliega de manera machacona en su hábitat natural (la tasca) y ante sus mejores aliados, los otros tontos del pueblo, quienes le jalearán y reirán con él a carcajadas hasta entender (en la medida que sean capaces) que el jefe de la manada ha ganado una charla o discusión.

El tonto del pueblo no tiene ni puta idea de lo que habla. No lo necesita. En su ignorancia dice lo que a otros –que piensan por él–, les conviene que diga. No sabe lo que dice, pero le da igual. Sólo debe decirlo lo suficientemente alto como para que parezca convincente.

Gracias a la telebasura ya no tiene que enfrascarse en la lectura de libros y tratados que nunca le han aportado nada. Es tan sencillo como sentarse, desenroscarse un poco la boina y engullir cerveza y doctrina a partes iguales.

¿Sus temas preferidos?, futbol y política, por supuesto.

“A grito pelao”, nuestro tonto del pueblo es capaz de construir una especie de patchwork ideológico en torno a estos dos temas hasta el punto de que la amalgama de conceptos futbolero-políticos se entrecrucen de manera incomprensible para el resto de tontos del pueblo.

Estos, iletrados como él, darán razón y carta de naturaleza a un discurso que, como no entienden, estiman como cierto y valioso. Todo lo que provenga del “macho alfa” de la tontuna es un indiscutible dogma de fe. Aplausos.

Ante el ruido, la palabras siempre llevan las de perder. Nuestro espécimen lo sabe y no dudara en utilizar su tono de voz más alto para intentar acallar razones y razonamientos. De no hacerlo, el silencio, la voz pausada y el discurso tranquilo de quién con él debate, dejaría al descubierto su ignorancia y su estupidez.

Y lo más curioso de todo esto, es que el tonto del pueblo es un tonto útil y ni siquiera lo sabe.

El tonto del pueblo ha sido, es y será utilizado sistemáticamente por otros, algo menos tontos que él pero mucho más taimados, para decir lo que a ellos les interesa, y que lo haga cuanto más burda y machaconamente mejor, para que sus modales y sus gritos acaben, por hacer desistir a quienes, por higiene mental, renuncian a cruzar dos palabras con él.

El tonto del pueblo es una especie que goza de buena salud. Opciones políticas que propugnan la igualdad y la ponen en práctica a base de bajar el listón académico, cuidan de nuestra más abundante especie. Es mucho más fácil igualar en la ignorancia que en la sapiencia.

El tonto del pueblo es así, un ignorante que atesora las tres clases de ignorancia que François de la Rochefoucauld describió ya en el siglo XVII: “no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.”

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