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Libertad de expresión

La libertad de expresión, como todos los derechos fundamentales no es un derecho absoluto, es algo que cabe recordar porque, aunque parezca obvio y por mucho que a veces se nos llene la boca con el adjetivo ­—fundamental—en ningún caso puede entenderse como una facultad de libre e incondicional disposición por nuestra parte.

Antes al contrario, incluso aquellos que, a priori, pudieran parecer más absolutos como el derecho a la vida, no lo son, por cuanto nadie puede disponer de la vida de otro, como es natural.

En general, cualquier derecho tiene su límite en la colisión con el resto, de tal manera que su ejercicio será lícito y cabal en tanto en cuanto no se contraponga a algún otro, más aún si su práctica colisiona frontalmente con aquél.

Puede parecer evidente, pero, a la vista de los acontecimientos recientes que afectan a la libertad de expresión y de cómo sectores interesados de la sociedad los están interpretando, parece ser que no lo es tanto.

La actualidad nos ha traído, casi por casualidad, dos ejemplos muy claros de lo que puede entenderse y lo que no como libertad de expresión; de los cuales uno es un claro abuso y el otro, simplemente, no era para tanto.

José Miguel Arenas, mallorquín más conocido por el nombre artístico de Valtònyc dedicado al rap y sus rapeos parece que va a ir a prisión por varios delitos relacionados, según la policía y los jueces, con el enaltecimiento del terrorismo, apología del odio ideológico, incitación a la violencia e injurias a la Corona, hechos que se remontan a 2012 y que en un largo periplo judicial han llegado hasta la sentencia dictada este 20 de febrero.

Y digo según la policía y los jueces porque para el tipo y la cuadrilla de siempre: progres, inadaptados, haters profesionales y demás fauna de ordinario relacionada con la ultraizquierda, no hay delito, la resolución judicial tiene un marcado carácter político-ideológico y ataca directamente contra la libertad de expresión.

Porque para el rapero y sus compinches, expresiones como “que tengan miedo como un guardia civil en Euskadi”, “que explote un bus del PP con nitroglicerina cargada”, “puta policía, puta monarquía” o “a ver si eta le pone una bomba y explota”, entre muchos otros, todos referidos a personas, instituciones y situaciones concretas, son libertad de expresión.

No son insultos, injurias, calumnias o amenazas contra personas e instituciones concretas, tampoco enaltecimientos varios del terrorismo, no. Son libertad de expresión.

Y como son libertad de expresión no atentan contra la el honor ni la dignidad de aquellos a quienes va dirigida, no.

Pues resulta que si, José Miguel.

Y añadiría más, no solo constituyen ilícitos penales palmarios y varias veces ratificados por sucesivas instancias judiciales, sino una transgresión grave al sentido común sólo entendible en el marco de una existencia infeliz y unos valores distorsionados.

Y tampoco es censura.

No lo es porque, en el fondo, todo lo dicho poco tiene que ver con cargos o títulos nobiliarios, yo mismo puedo asegurar que si algo me afectase a mí o a mi familia, de seguro la querella no tardaría en aparecer, con lo que el resultado, sino el mismo, tendría mucho parecido con el actual.

Lo llaman Derecho, también justicia y aunque a muchos no le guste, es la forma en la que regulamos conductas y sociedades desde que abandonamos, en mayor o menor medida, la costumbre de solventar nuestras diferencias a garrotazos.

También una fórmula muy eficaz para evitar que, por ejemplo, alguien como yo no deba dedicar estas modestas líneas a molestar, insultar y desear la muerte a nadie desde mi supuesta superioridad moral, menos aún amparándome en un derecho que no tengo, ya que si lo hago, tendré que atenerme a las consecuencias legales que los aludidos ­–y aludidas— estimen oportuno proponer contra mi conducta.

Repito, se llama justicia, regula conductas sociales y se aplica a través del Derecho, así que mejor dejarse de lloriqueos y más pensar lo que se dice y se hace.

Por otra parte está lo del artista Santiago Sierra, que viendo como está el panorama pensó que era buen momento para arrimar ascua y se descolgó con una obra muy al estilo de ARCO, la feria que algunos siguen denominando de arte contemporáneo por aquello que, hoy más que nunca, el rey va desnudo pero nadie tiene lo que hay que tener para decirlo.

Y con poco presupuesto, una manita de Photoshop y mucha inquina se dedicó a colocar en marcos baratos las fotografías de una veintena de personas —humanas—a las que calificaba como presos políticos y que retrataban a un ramillete de esas personas—humanas—encarceladas y cuya historia, convenientemente llorada y deformada, poco tiene que envidiar a la de los primeros mártires del cristianismo.

Por lo demás, poco más, una obra mediocre con un trasfondo político muy tendencioso, labor de un activista de guardia que ha visto la oportunidad de sacar unas perras a cuenta del pruses.

Lo malo es que alguien pensó que aquello no era políticamente correcto y decidió quitarlo de la pared para mayor gozo y regocijo del autor y las plañideras que montan guardia desde su olimpo ideológico.

¡Censura!, ¡atropello!, ¡aberración!, han sido los calificativos más suaves referidos al asunto, sin que el de torpeza, a mi juicio más adecuado al caso, haya obtenido mayor relevancia que las españolas canciones eurovisivas.

Torpeza.

Porque hay que ser bastante torpe y miope para pretender bajar de su pedestal, y con ella a su autor, a una obra que, de no haber sido por la publicidad gratuita que se ha ganado en el trance, no habría pasado de una mera anécdota y posiblemente se habría marchado de la feria sin mayor pena ni gloria.

Pero con la gesta, los promotores han quedado como cagancho en Almagro y el autor y sus huestes de piel fina como los héroes que nunca fueron. No han faltado otros oportunistas, estos menos inteligentes, que han soltado 80.000 euros para comprar una obra que no vale ni 80 so pretexto de salvaguardar esa libertad de expresión mal entendida pero bien rentabilizada.

En fin, otro episodio más de esta España que no soporta el menor maltrato animal pero que ríe y aplaude cuando se insulta y se amenaza de muerte a quienes no comulgan con sus, por otra parte desquiciadas, ideas. Después, si se le afea social o judicialmente su conducta al autor, este pasa a ser un preso político incluso sin pasar por la cárcel, con lo cual el circulo artístico-social se cierra y todos tan contentos.

Ya lo dijo Sánchez Dragó, “la libertad de opinión y expresión, que es sagrada, sólo puede existir en el contexto y el caldo de cultivo del decoro, la buena educación, el buen gusto y el respeto a la dignidad de las personas”.

Pero no aprendemos.

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