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Guardia Civil

El desenlace del caso Diana Quer ha vuelto a poner de manifiesto la dinámica social de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir y cómo cada uno de los actores que la forman maneja o manipula su materia prima según su leal saber o entender, que dirían los clásicos.

Al caso no le han faltado actores, investigadores, jueces, periodistas, periódicos y medios en general, opinadores, tertulianos, médiums y gente de todo tipo y condición, cada cual jugando sus cartas y arrimando el ascua a su sardina.

El ruido, en forma de —desinformada—opinión no ha faltado. Cohortes de medios alimentados con el atronador murmullo de internet se han hartado de soltar sandeces sobre el tema. La malograda Diana estaba huida, enfadada con sus padres, con la sociedad, era de natural voluble y reacciones impredecibles, todo sea dicho con el debido respeto a quién ya nos ha dejado para siempre. Su familia era una mezcla de gente rica con graves problemas de naturaleza difusa, una especie de Falcon Crest pero sin viñedos ni tanta laca y todo el entorno familiar se vio rodeado, sin serlo realmente, de un halo de pérfido misterio que, en ocasiones llegaba incluso a bordear la autoría o complicidad de unos hechos de los que está claro que no tuvieron nada que ver. Sólo faltaba.

Pero a falta de verdaderas noticias o indicios sobre el discurrir de los acontecimientos, matinales y tertulianos hicieron su particular agosto desinformado a base de conjeturas y a costa de la desgracia de una familia que no necesitaba sumar escarnios a la desaparición de una hija de la que no sabían el cómo ni el por qué.

Por su parte, la justicia aportó su granito de arena archivando el caso, cuestión que puede parecer baladí o incluso procesalmente correcta —probablemente lo sea—pero que cierra muchas puertas a los investigadores, como por ejemplo la posibilidad de realizar escuchas telefónicas y otras herramientas gracias a las cuales a menudo se obtienen pruebas o indicios que coadyuvan decisivamente en el esclarecimiento de los hechos.

Y, como no, a este festival no podía faltar la progresía política patria, poniendo el grito en el cielo y tratando de derogar la Prisión Permanente Revisable por inhumana para unos seres que no tuvieron la ni la humanidad necesaria para no llevar a cabo actos tan abyectos como matar, descuartizar y quemar a sus hijos, o el caso de Diana, del que hoy hablo. Todo sea por mostrar una clemencia que ellos no tuvieron, por no perjudicar a auténticos verdugos de los que, probablemente sólo estaremos a salvo mientras se encuentren en prisión.

A todo esto, la Guardia Civil a lo suyo, partiendo de un cero nada metafórico, ha mantenido su labor, callada y  tenaz todo este tiempo, sin cejar en el empeño de esclarecer unos hechos difíciles como nunca; difíciles como siempre.

Sin declaraciones, sin alardes, sin conjeturas. No es lo suyo. Solo trabajo silencioso y responsable, solapado por tantos miles de casos, más o menos dramáticos a lo largo y ancho de España que, si no han sido resueltos, pronto lo serán por una Institución que día a día nos recuerda el por qué de su apelativo, Benemérita, y a la que no le faltan detractores que suelen basar su inquina en su propia naturaleza delincuencial, esto es así.

Casos como éste, o la liberación de Ortega Lara son muestra de su trabajo por su contenido mediático, pero sólo un ejemplo de su labor, a la que debemos estar agradecidos porque, tarde o temprano, tendrán que dedicar parte de su tiempo a alguno de nuestros problemas y sólo conociendo cómo trabajan en estos grandes casos podemos tener la completa seguridad de que se emplearán a los nuestros con la profesionalidad, tenacidad y eficacia que, a sus ojos, todos merecemos.

Porque al final, sólo nos quedan ellos.

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