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No sé si será la dieta, los aires del Moncayo o el clima en general, pero lo cierto es que España es un país plagado de genios.

En este caso genia, dada la condición sexual de doña Maria del Carmen Pita, Meri para los amigos y diputada del Reino por Canarias, quien hace poco ha tenido la genial idea de pedir la salida, o expulsión por mejor decir, de las fuerzas armadas españolas del archipiélago.

No es que les molesten, sino que a la señora diputada y a sus compañeros de partido les parece que ya no son necesarios en aquello para lo que viene siendo un ejército o parte de él, la disuasión y la aseguración del territorio, entre otros menesteres.

No es el caso de Canarias. Allí pese a la cercanía con otras tierras nada pacificadas, no es necesario el Ejército Español. Allí no hace falta ejército porque han dado (¡albricias!) con la solución que la humanidad lleva buscando desde sus mismos inicios y que, de salir bien, supondrá la instauración y la paz en todo el globo terráqueo. Ahí es nada.

A partir de ahora, Canarias será declarada zona de paz. Así de simple. Así de estúpido.

Me causa estupor y pudor a partes iguales tener que ser yo, desde este modesto púlpito, el que tenga que explicar a esta señora y a sus mentores intelectuales que la guerra, como el amor, es cosa de dos y en ocasiones hasta de más, y que eso de que dos no pelean si uno no quiere es solo una verdad a medias que depende del interés que tenga una de las partes en el planteamiento del conflicto.

Fácil es coger libros de historia y más aún consultar en internet para darse cuenta que en toda guerra, hay uno que la comienza y otro que, a fuerza de no poder salir huyendo, se ve empujado a ella, aún a regañadientes. A la fuerza ahorcan.

Miles son los ejemplos de guerras, invasiones y trifulcas de todo paño que comenzaron porque a un señor, o señora, se le puso en los mismísimos el capricho de invadir y subyugar a otro. Pregunten, pregunten ustedes por ahí.

Polonia y Hitler o Kuwait y Saddam son solo algunos ejemplos recientes  de países que, de haber tenido unos políticos tan inteligentes como los que gobiernan parcelas de nuestro terruño, habrían ahorrado en sacrificios y burlado el horror de ser invadidos.

Sin embargo, por carecer del intelecto político que a nosotros nos sobra, no cayeron en la cuenta  y fueron  pasados a cuchillo por taimados invasores que -de seguro- habrían depuesto tropas, tanques y ambiciones ante algo tan palmario e intimidante como una declaración de zona de paz.

Pero no la tenían, aunque  de haberla tenido de nada habría servido. Habrían sido invadidos igualmente. Una lástima.

Porque el  problema es que las cosas son como son, no como a algunos les gustaría que fueran y el hecho es que, por mucha zona de paz que definamos un territorio, como venga un tipo con ganas de plantar su bandera en él, si encima nos pilla con la guardia baja, perezosos y mal pertrechados en el arte de la guerra, la planta y encima nos corre a gorrazos partiéndose el pechamen.

Después, con la declaración de zona de paz se limpiará lo que crea conveniente, probablemente el culo, aunque eso sí, nosotros habremos inventado, a fuerza de erudición política, una nueva forma de ser el hazmerreír de sociedades realmente inteligentes.

Somos así. Es parte de nuestro encanto.

 

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