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Cuando oigo decir a una persona que es un activista de algo normalmente me pongo a la defensiva, es así, no puedo evitarlo.
Me invade una sensación de escepticismo, incredulidad y prudencia que creo que se traduce hasta en el rictus de mi cara y mi lenguaje corporal.
Y no es porque crea que el activismo es malo, no. El problema no es ese, el activismo es necesario, conveniente; algo que habría que inventar caso de no haberse hecho ya.
El activismo es un medio para modificar cuestiones que la sociedad, el tiempo o la costumbre se han encargado de convertir en disfunciones cotidianas que hay que cambiar o erradicar. No me perderé en ejemplos. Continue reading